Con esta
exposición, el centro gijonés pretende mostrar el trabajo de una serie de
artistas que han experimentado con los nuevos medios tecnológicos para hacer
real lo virtual. Y es que las nuevas tecnologías se han convertido en elementos
fundamentales para el arte (y los artistas) de nuestros días.
Es verdad, sin
embargo, que la relación del arte con la ciencia y la tecnología no es algo
típico únicamente del último siglo, sino que ha existido siempre a lo largo de
la historia con mayor o menor intensidad. El propio Juan Crego, profesor de
audiovisuales en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco,
comentó ya lo siguiente hace unos años:
“el
arte occidental nunca ha estado realmente alejado de lo tecnológico, sino que
ha evolucionado paralela e inseparablemente de la tecnología del momento, que
desde ese punto vista siempre ha sido nueva".
Con
la intención de definir exactamente qué es una obra interactiva, los
especialistas Mariono Sardón y Laurence Bender comentaron hace tiempo que esta
“(…) debería ser pensada no tanto como un objeto clausurado con una forma
dada, sino más bien como un sistema de relaciones de interacción siempre
cambiante, dinámico. Durante el modelado de una obra interactiva, el artista
define un conjunto de interacciones iniciales; define que se vinculará con qué
y de qué modo: define reglas de juego. El vínculo, la conexión misma toma
estatuto de obra dejando al participante el propio desarrollo de tales reglas
de juego”. En resumen, una obra de esta tipo es un campo abierto en
el cual el espectador es protagonista principal.
En el
marco de estas palabras, podríamos destacar dos obras fundamentales expuestas
en Realidad elástica en las cuales la interactividad del espectador es
claramente necesaria para el disfrute final de la obra (e incluso para su
existencia). Estas piezas son Hand-held de David Rokeby y Tempo Scaduto de Vincent Ciciliato.
La primera de ellas es una instalación que, a primeras,
sorprende al espectador ya que consiste en un espacio aparentemente vacío. Solo
revela su contenido al detectar las manos de los visitantes: cuando estas se
mueven alrededor del espacio, una serie de imágenes de objetos reales como
pastillas, cartas o monedas aparecen en la piel. Nuestras manos se convierten
así en agentes activos con las cuales exploramos aquel mundo que en un
principio se nos ocultaba.
Con esta pieza, parece que se quiere reflexionar sobre la
importancia del cuerpo humano para acceder a la información y a la comunicación
tecnológica: nuestras manos son importantes en la actualidad por haberse
convertido casi en ramificaciones tecnológicas capaces de controlar y hacer
funcionar pantallas táctiles, ordenadores, smartphones y otros aparatos.
La
segunda obra anteriormente mencionada es Tempo Scaduto. Esta es una
instalación interactiva en la cual el artista presenta una serie de escenas de
asesinatos y crímenes ocurridos realmente en Palermo, Sicilia. Gracias a esta
obra, el espectador es capaz de enfrentase a una serie de escenas crueles y
trágicas en las cuales es el protagonista principal: simplemente con su dedo,
puede apuntar y disparar a una serie de objetivos humanos sin saber claramente
si estos han sido asesinados realmente o no. Los participantes se
encuentran ante una situación en la que deben posicionarse tanto física como
intelectualmente y reflexionar sobre la moralidad del acto que esta ocurriendo
ante sus ojos.
Como se puede ver, estas piezas presentan una nueva forma de relación entre arte y visitante en la cual la comunicación no es solo unidireccional (de la obra al espectador). Por el contrario, se busca que todos los visitantes contesten a los estímulos expuestos y se conviertan en entes activos. Por fin, el visitante ya no es un ser vacío que solo recibe información, sino que también quiere (y debe) responder, actuar y posicionarse.
Debido a este cambio de rol, el espectador pasa a
convertirse en usuario ya que no solo ve la obra a la distancia, sino
que participa en ella. El
propio Rodrigo Alonso, profesor y comisario independiente, así lo
refleja:
“El participante de una instalación
interactiva no puede llamarse espectador. Su relación con la pieza ya no se
basa en la contemplación, sino que requiere un compromiso mayor: no sólo visual
o intelectual sino también físico.
Las instalaciones interactivas parten de un
estado potencial que no se pone en marcha hasta que alguien lo activa, manipula
o interfiere. Sin las acciones concretas del visitante, la pieza permanece en
un estado de latencia, en un estado germinal incapaz de completar las
posibilidades de las que la ha dotado su creador.
Por tal motivo, hay que hablar de
usuarios y no de espectadores: los participantes de una obra interactiva deben
hacer uso de ella, operarla, estimularla; de otra manera la pieza carece de
todo sentido y función”
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