jueves, 28 de noviembre de 2013

REALIDAD ELÁSTICA: EL ARTE Y EL ESPECTADOR

El pasado 15 de marzo se inauguró la exposición Realidad elástica en el LABoral Centro de Arte y Creación Industrial.

Con esta exposición, el centro gijonés pretende mostrar el trabajo de una serie de artistas que han experimentado con los nuevos medios tecnológicos para hacer real lo virtual. Y es que las nuevas tecnologías se han convertido en elementos fundamentales para el arte (y los artistas) de nuestros días.
Es verdad, sin embargo, que la relación del arte con la ciencia y la tecnología no es algo típico únicamente del último siglo, sino que ha existido siempre a lo largo de la historia con mayor o menor intensidad. El propio Juan Crego, profesor de audiovisuales en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco, comentó ya lo siguiente hace unos años: 

“el arte occidental nunca ha estado realmente alejado de lo tecnológico, sino que ha evolucionado paralela e inseparablemente de la tecnología del momento, que desde ese punto vista siempre ha sido nueva".

Con la intención de definir exactamente qué es una obra interactiva, los especialistas Mariono Sardón y Laurence Bender comentaron hace tiempo que esta “(…) debería ser pensada no tanto como un objeto clausurado con una forma dada, sino más bien como un sistema de relaciones de interacción siempre cambiante, dinámico. Durante el modelado de una obra interactiva, el artista define un conjunto de interacciones iniciales; define que se vinculará con qué y de qué modo: define reglas de juego. El vínculo, la conexión misma toma estatuto de obra dejando al participante el propio desarrollo de tales reglas de juego”. En resumen,  una obra de esta tipo es un campo abierto en el cual el espectador es protagonista principal.  

En el marco de estas palabras, podríamos destacar dos obras fundamentales expuestas en Realidad elástica en las cuales la interactividad del espectador es claramente necesaria para el disfrute final de la obra (e incluso para su existencia). Estas piezas son Hand-held de David Rokeby y Tempo Scaduto de Vincent Ciciliato

La primera de ellas es una instalación que, a primeras, sorprende al espectador ya que consiste en un espacio aparentemente vacío. Solo revela su contenido al detectar las manos de los visitantes: cuando estas se mueven alrededor del espacio, una serie de imágenes de objetos reales como pastillas, cartas o monedas aparecen en la piel. Nuestras manos se convierten así en agentes activos con las cuales exploramos aquel mundo que en un principio se nos ocultaba.

Con esta pieza, parece que se quiere reflexionar sobre la importancia del cuerpo humano para acceder a la información y a la comunicación tecnológica: nuestras manos son importantes en la actualidad por haberse convertido casi en ramificaciones tecnológicas capaces de controlar y hacer funcionar pantallas táctiles, ordenadores, smartphones y otros aparatos.

 

La segunda obra anteriormente mencionada es Tempo Scaduto. Esta es una instalación interactiva en la cual el artista presenta una serie de escenas de asesinatos y crímenes ocurridos realmente en Palermo, Sicilia. Gracias a esta obra, el espectador es capaz de enfrentase a una serie de escenas crueles y trágicas en las cuales es el protagonista principal: simplemente con su dedo, puede apuntar y disparar a una serie de objetivos humanos sin saber claramente si estos han sido asesinados realmente o no. Los participantes se encuentran ante una situación en la que deben posicionarse tanto física como intelectualmente y reflexionar sobre la moralidad del acto que esta ocurriendo ante sus ojos. 
 
Como se puede ver, estas piezas presentan una nueva forma de relación entre arte y visitante en la cual la comunicación no es solo unidireccional (de la obra al espectador). Por el contrario, se busca que todos los visitantes contesten a los estímulos expuestos y se conviertan en entes activos. Por fin, el visitante ya no es un ser vacío que solo recibe información, sino que también quiere (y debe) responder, actuar y posicionarse.
Debido a este cambio de rol, el espectador pasa a convertirse en usuario ya que no solo ve la obra a la distancia, sino que participa en ella. El propio Rodrigo Alonso, profesor y comisario independiente, así lo refleja:

“El participante de una instalación interactiva no puede llamarse espectador. Su relación con la pieza ya no se basa en la contemplación, sino que requiere un compromiso mayor: no sólo visual o intelectual sino también físico.
 Las instalaciones interactivas parten de un estado potencial que no se pone en marcha hasta que alguien lo activa, manipula o interfiere. Sin las acciones concretas del visitante, la pieza permanece en un estado de latencia, en un estado germinal incapaz de completar las posibilidades de las que la ha dotado su creador.
Por tal motivo, hay que hablar de usuarios y no de espectadores: los participantes de una obra interactiva deben hacer uso de ella, operarla, estimularla; de otra manera la pieza carece de todo sentido y función” 

 

 

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